dimarts, 14 de juliol del 2009

La Maravilla de Canfranc (I)


UNA ESTACIÓN MONUMENTAL

En dirección al paso fronterizo del Somport, y situada dentro del valle del Aragón, centro histórico y corazón legendario de la comunidad autónoma, se encuentra la Estación Internacional de Canfranc. Las enormes dimensiones del edificio aparecen ante los ojos del visitante como si se tratara de un imponente trasatlántico encallado entre las colosales montañas. Con sus más de 241 metros de longitud, sus 300 ventanas y 156 puertas dobles, es la segunda mayor estación del continente europeo, tras la terminal ferroviaria de la ciudad alemana de Leipzig.

A finales del siglo XIX, el gobierno español decidió construir un voluminoso proyecto que representara la expresión perfecta de la modernidad y del nuevo siglo que estaba a punto de comenzar. De ahí que la estación presenta un tamaño tan destacado. En un principio, no fue sencillo elegir el lugar en el que se situaría. El gobierno francés había apostado de forma muy seria por la construcción de una estación en Forges d`Abel, pero finalmente se decidió que tuviera lugar en territorio español, y más en concreto, en la ciudad de Canfranc.

La frontera pirenaica pudo ser sorteada por un túnel a una altura inferior a los mil metros de altitud, lo que permitió disminuir las fuertes pendientes que llegaban a alcanzar cerca de un 40 por ciento.

Así, las compañías Midi Francés y Norte de España presentaron el proyecto elegido para la edificación de la Estación Internacional entre 1909 y 1910. La obra fue comenzada en 1915 y finalizada en 1925, habiendo sufriendo una ralentización ocasionada por el estallido de la Primera Guerra Mundial.

En julio de 1928, el monarca español Alfonso XIII fue el encargado de inaugurarla y poner en funcionamiento los primeros servicios. Durante los años treinta, el edificio vivió su edad dorada, con un funcionamiento a pleno rendimiento y el constante tránsito de pasajeros y mercancías entre los dos lados de la frontera. Los primeros problemas llegaron en los años cuarenta, cuando la estación permaneció cerrada durante cuatro años por las manifiestas desavenencias existentes entre el nuevo gobierno de la Francia recién liberada y el ejecutivo militar de Franco.

A través de las páginas de la reciente publicación titulada, El oro de Canfranc, escrita por José Ramón Campo, el lector puede contemplar la ruta que realizó el valioso metal propiedad de los nazis por la Península Ibérica. Entre 1942 y 1945, Canfranc fue un escenario de contrabando y espionaje protagonizados por fuerzas alemanas pertenecientes a las SS y la Gestapo que se instalaron en pleno territorio español, aprovechando la doble jurisdicción con la que se regía la estación.

Y es que el apoyo que Hitler le dio a Franco en la Guerra Civil se tradujo en el envío a Alemania de toneladas de volframio extraído de las minas gallegas. El volframio era un elemento fundamental para el blindaje de los tanques y cañones alemanes. A cambio, se calcula que el gobierno español recibió unas veinte toneladas de oro, producto del expolio realizado a los judíos en países como Polonia o la propia Alemania. Tanto Portugal como España exportaron ese material incluso cuando en 1944 fueron presionados por los aliados con el fin de poder concluir la Segunda Guerra Mundial lo antes posible. Hoy en día, todavía es posible dar con restos del volframio en las abandonadas vías de la estación.

Tras el incendio que sufrió Canfranc Pueblo en 1944, la capitalidad del municipio y la casa consistorial se trasladaron al antiguo barrio de la estación, construido en la partida de los Arañones. El tráfico normal fue restablecido durante el año 1949, y durante la década siguiente, trató de recuperar su volumen de desplazamientos. Pero todas las ilusiones de recuperar las intensas comunicaciones de los años treinta desaparecieron bajo los escombros de un puente francés que se derrumbo al paso de un tren de mercancías en 1970. Desde entonces, el gobierno galo dio por finalizada la utilización de la línea, haciendo oídos sordos a las reivindicaciones que, desde el lado español, pedían el reestablecimiento de la conexión ferroviaria entre los valles del Argón y del Bearn.

Desde entonces, y no sin algún que otro sobresalto -especialmente, en la época invernal-, el nostálgico canfranero recorre su habitual trayecto entre Zaragoza y la estación internacional, con la esperanza de volver a pisar, más pronto que tarde, territorio francés.

http://www.unav.es/dpp/tecnologia/2006/42/index3.htm

El meu avi Vicente, de la casa de Vicente O Sastre de Biescas, va treballar-hi durant un temps cap als seus 12-14 anys com a component d' un grup de manobres procedents del poble, ajudant en el que podia i duent un sou més a casa esdevenia peça de la historia de l' estació. Era un dels encarregats d' assegurar els pronunciats pendents de roca per prevenir despreniments i crec recordar que em parlava també de la col.locació de dinamita per rebaixar-los, intentant evitar alhora l' acumulació de gruixos de neu durant els llargs hiverns.

Durant molts anys he pujat a la zona de Canfranc per anar a fer esquí de fons, habitualment quedavem amb uns amics al conegut bar "Mati" on, després d' un cafè calentó, seguiem ruta. Aquest és troba just al davant de l' Estació on diuen comptar tantes finestres com dies té l' any, no ho he comprovat però bé podria ser donat el tamany de la magnífica estructura que flanqueja la nostra travessia. Sempre he sentit dir també que es va usar durant el rodatge de "Dr. Zhivago" al 1965, una curiositat reduïda a anècdota però que denota l' especificitat del diseny com a símbol d' un temps.

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